Siempre había oído hablar con cierta incredulidad de la unión que las parejas experimentan al tener un hijo porque yo tenía claro que ésto no era así, o al menos no de forma literal.
La llegada de un hijo lo cambia todo y hace que tengamos que enfrentarnos a situaciones totalmente nuevas para ambos y que cada uno afrontaremos de una forma diferente en función de nuestra forma de ser, de nuestra forma de ver las cosas, etc, y que inevitablemente nos lleva a discutir más.
Creo firmemente que una pareja debe de tener una relación sólida y sana antes de tomar la decisión de tener un hijo, y no pretender que sea éste el que encauce el rumbo de la pareja y la fortalezca.
A lo mejor mis palabras os parecen un poco radicales pero es lo que pienso. Soy una persona con mil manías y mucho carácter, y reconozco que la falta de descanso me vuelve irascible e intransigente, motivo más que suficiente para chocar con mi pareja en multitud de ocasiones.
Pero así como reconozco que ambos debemos de contar hasta 10 antes de que el cansancio se convierta en un arma de doble filo, también tengo que decir que son muchas las cosas positivas que surgen con motivo de éste triángulo amoroso.
Como bien digo en el primer párrafo de éste post, al ser padres nos vemos inmersos en situaciones totalmente nuevas, y es precisamente en éste punto donde éso de ‘tres son multitud’ pierde sentido, y donde lo malo se esfuma y yo me vuelvo a enamorar al descubrir facetas de mi pareja que me llenan el corazón de ternura.
Todo tiene una parte positiva y una negativa. Las circunstancias hacen que la balanza se incline la mayor parte de las veces hacia el lado incorrecto, pero si sabemos apreciar y saborear las pequeñas cosas, de lo malo nacerán momentos inolvidables.
Cuestión de prioridades, la llegada del nuevo miembro le convierte en el protagonista del cuento y éso hace que la pareja se distancie, pero la distancia no siempre tiene porque ser fría y negativa, hay distancias que unen.