Durante el embarazo imaginé millones de veces la vida que estaba por venir, las nuevas primeras veces y los planes siendo tres, y reconozco que también fueron muchas las ocasiones en las que eché de menos por anticipado ciertas cosas, y en las que traté de gestionar mis emociones con respecto a ésto.
Cuando Ramón nació sentí la necesidad de seguir siendo independiente, y me costó asumir todo lo que venía. Nadie dijo que fuera fácil. Os hablé de aquellas sensaciones en éste post.
Sin embargo, según pasaron las semanas todo cobró sentido y ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba, lejos de echar de menos mi vida de antes me cabrea que el tiempo pase tan deprisa y es que él es y será siempre mi mejor plan.
Me cuesta horrores delegar, siempre me ha costado, y ahora que soy madre y la situación me lo permite quiero pasar cada instante con mi hijo, no perderme ni un segundo de su día a día, darle el biberón, cambiarle, bañarle, y ser testigo de cada gesto que hace.
Hay situaciones que no nos permiten elegir, como el trabajo, y que nos obligan a dejar a nuestros pequeños con los abuelos o en la guarde, pero cuando se trata de otro motivo yo lo tengo claro, no cambio el tiempo con mi hijo por nada.
A veces me encantaría no ser así de dependiente y desprenderme con más facilidad de él ya que considero que es bueno para ambos, pero el tiempo pasa tan rápido que da vértigo. Quiero disfrutar de su inocencia, quiero estar a su lado en sus primeras veces, quiero ayudarle a levantarse cuando se caiga, quiero que me sienta, que me tenga cerca y que sepa que nunca jamás le soltaré la mano.
Quiero ser y estar, y cogerle en el colo mientras pueda con él porque cuando quiera darme cuenta será un hombre hecho y derecho, querrá su espacio y lo único que me quedará serán éstos momentos así que cada vez que me dicen que ‘por dejarle no pasa nada’ me fastidia. Claro que no pasa nada, pero no siento la necesidad de hacerlo.